La vida después del cáncer: "Me dijeron que fuera a casa a despedirme de mis hijos"

Gisela Sousa Diaz

gsousa@infobae.com

Rosana tenía 34 años y dos hijos que iban a la primaria cuando escuchó estas palabras: "Lo que tenés es un cáncer de cuello de útero, y está muy avanzado".

Iba por la novena sesión de quimioterapia cuando una médica le trajo otra noticia: el tratamiento no estaba funcionando.

"Y fue ahí que me aconsejó que, antes de seguir con rayos, lo mejor era que volviera a casa y me tomara unos días para despedirme de mis hijos".

Rosana Castro, su marido y sus dos hijos vivían en Río Turbio, Santa Cruz, en la misma casa desde donde ahora atiende el teléfono. "Yo me había ido a cambiar el DIU, no tenía ningún síntoma, y el ginecólogo no había notado nada raro. Pero unos días después empecé a tener una menstruación muy abundante. Esperé unos días a ver si se me pasaba hasta que fuimos al hospital. Cuando el médico empezó a revisarme se produjo una hemorragia. Cuando lo vi a él tan nervioso y con el guardapolvo todo manchado me di cuenta de que algo no estaba bien".

La derivaron a un hospital de alta complejidad en Río Gallegos y hacia allá salió, a las 5 de la madrugada, junto a su marido. "La médica me revisó y me lo dijo antes de hacerme la biopsia. Rosana, ésto es cáncer". Era domingo y le dijo que para saber bien en qué etapa estaba tenían que esperar el resultado de la biopsia, el martes.

"En mi familia nadie quería demostrar el miedo que sentía pero yo me daba cuenta. Me quedaban dos días para tener un diagnóstico y lo que pensé fue ¿qué puedo hacer para estar bien de acá hasta el martes? Yo era una ama de casa tradicional, cuando cocinaba no pensaba en los beneficios que podían tener los alimentos que comía. Lo que hice fue empezar a alimentarme bien, a activar la fe y a hacer un esfuerzo para tener una actitud positiva para que mi cabeza no se adelantara al diagnóstico definitivo".

El martes a las 10 de la mañana le dieron los resultados de la biopsia: era, efectivamente, un cáncer de cuello de útero en la etapa III B. Según la American Cancer Society, 3 de cada 10 mujeres logran sobrevivir cuando están en esta etapa. El tratamiento que le indicaron fue quimio y radioterapia.

"Cuando nos dieron el diagnóstico mi esposo escuchó todo y le preguntó al médico: ¿pero se va a curar, no? Y el médico le dijo: 'No le puedo contestar eso. Está muy avanzado, yo no le puedo asegurar que va a salir todo bien'. Le dijo que si no me hacía la quimio podía vivir unos tres meses más y si la hacía capaz podía prolongar mi vida por un año". Según cifras oficiales, cada año se diagnostican en nuestro país alrededor de 5.000 casos nuevos de cáncer cervicouterino y 1.800 mujeres mueren por ésto.

Rosana empezó la quimioterapia. "Cuando íbamos por la novena sesión me hicieron los estudios: fue como si no hubiéramos hecho nada. Y yo encima estaba re deteriorada, pesaba 45 kilos, se me notaban los huesos". La indicación era seguir con rayos y, para eso, debían irse de Río Turbio e instalarse en Comodoro Rivadavia, a más de 1.000 kilómetros de sus hijos.

"Fue en ese momento que la doctora me dijo: 'mirá, yo te aconsejaría que antes de irte vuelvas a tu localidad y te despidas de tus hijos, porque no sabes si vas a volver. Me dijo que compartiera tiempo con ellos, que los disfrutara un poco más". Rosana estuvo de acuerdo. Romina, su hija menor, tenía 9 años. Walter, el mayor, tenía 11.

"Cuando estás en una situación así vos les querés explicar la vida en dos días. A mi hija le faltaba bastante para entrar en la adolescencia pero yo como mamá le quería explicar qué iba a sentir, qué tenía que hacer, cómo manejarse el día que tuviera un noviecito, por las dudas de no poder estar cuando necesitara los consejos". Rosana, entonces, encontró un sistema para no tener que decirles todo junto.

"Les fui dejando notitas con consejos pegadas en sus dormitorios. Los escribía en esos papelitos amarillos que se pegan. Consejos de todo tipo: 'recordar que los miércoles y los viernes hay que lavar los uniformes', 'recordar que hay que hacer los deberes a tiempo', 'recordar que hay que tratar a los demás con respeto', 'recordá que mamá te quiere mucho', 'recordá que mamá siempre está con vos". Pero Río Turbio es una ciudad pequeña, de menos de 9.000 habitantes, y los rumores empezaron a correr: alguien en la escuela le preguntó a uno de los chicos: ¿es verdad que tu mamá se va a morir?

Rosana pidió que le dieran más tiempo para recuperarse, ganar peso y sentirse más fuerte antes de empezar los rayos. "Y en ese tiempo empecé a salir a caminar con ellos en la nieve para oxigenarme, empecé a hacer ejercicios de respiración, a estudiar qué alimentos me hacían bien".

Yo les decía a ellos: 'aunque mi cuerpo está flaquito y amarillo, si ustedes me ven que yo camino y disfruto, está todo bien. Si ven que mamá está mal recién ahí sentémonos a hablar de otra cosa. Y ellos fueron viviendo eso. Uno siempre relaciona a la persona enferma de cáncer con el encierro, acostada, y yo no estaba así. Yo me abrigaba y salía a caminar por las montañas, necesitaba escuchar música y moverme".

Quien lo pone en contexto es Silvina Arrossi, coordinadora científica del Programa Nacional de prevención de cáncer cervicouterino e investigadora del Conicet/Cedes. "Este tipo de cáncer en estadíos tempranos es curable por eso es tan importante hacerse los controles: cuanto antes se reciba el diagnóstico la probabilidad de curarse es más alta", dice.

Y explica que es crucial que las pacientes hagan el tratamiento que se les indica: "Todo lo demás, como ser una buena alimentación, la espiritualidad, el ejercicio físico, los ejercicios de respiración, ayudan para generar un clima de bienestar y un mejor estado de salud. Todos esos complementos facilitan la acción del tratamiento y ayudan a reducir los efectos secundarios".

Rosana, entonces, fue pidiendo que le dieran más tiempo. Como los médicos le dijeron que no podía esperar, tuvo que presentar una nota en la que dejaba en claro que se hacía responsable de la decisión. Un tiempo después volvió a llegar al hospital con un sangrado intenso.

"Me dijeron: 'si vos abandonaste el tratamiento debes estar muy mal'. Y yo no quería ir al choque, así que le dije 'hagamos los estudios y después hablamos'. El estudio mostró que el tumor se había reducido. "Igual, dice, eran otros tiempos. Yo no le aconsejo a nadie lo que hice. Hoy los pacientes oncológicos tienen un acompañamiento más integral pero en aquel entonces nadie hablaba de la importancia de la alimentación o de la respiración".

Fue ahí, dos años después el diagnóstico, que viajaron por primera vez a Buenos Aires, a 2.800 kilómetros de su casa. "Y la doctora nos dijo: ¿En qué momento les dijeron que ésto no tenía cura? ¿Cómo que les dijeron que te quedaba poca vida? Todo eso se va viendo con el tratamiento". Le indicó radioterapia, para completar el tratamiento: cuando llegaron a la mitad de las sesiones de rayos la estudiaron y vieron que casi no quedaban rastros del tumor.

"A veces pienso en cómo se da la información al paciente y a sus familiares ¿no? Porque uno no sabe en qué situación psicológica está el otro y lo que puede provocar decirle que tiene pocos días de vida. Yo podría haber optado por rendirme. Tampoco se trata de mentir o de negar la realidad sino de buscar la forma de que uno no se entregue. Yo soy la prueba de te salva el tratamiento pero también la actitud que vos tengas ante la enfermedad".

Pasaron 13 años desde que le dijeron que se despidiera de sus hijos. Rosana, que hoy tiene 47 años, lo cuenta desde su casa de siempre. Por ahí andan ellos, "los chicos de las notitas". Walter, que se recibió de profesor de educación física, y Romina, que se recibió de licenciada en Nutrición y pudo subir con su mamá a recibir el título.

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